Nació el 21 de octubre de 1924 en un Boedo de sencillez cotidiana.
Eran tiempos del disfrute ingenuo de la vida simple.
La palabra de honor firmaba la garantía de una amistad indisoluble como la que forjó con Alberto y Rómulo Banchero, propietarios de una cochería, que por su trayectoria y permanencia en el barrio, merecieron la distinción de pioneros.
La familia Copello, como tantas, eligió estas tierras con la esperanza vertida en el futuro de sus hijos, sin saber que sus manos fecundas pintarían de sudor las casas bajas que hicieron la historia.
Eugenio compartió el juego infantil con sus seis hermanos (María Luisa, José, Rogelio, Roberto, Eliseo y Martita). en el patio florido de la casa que sus padres Matilde Tunno y Eugenio Copello poseían en Cabot 1751, un pasaje de tierra que envolvía de claveles y jazmines los pasos dibujados de Riganelli y Homero.
Aprendió las primeras letras en la escuelita de Inclán y 24 de Noviembre.
Rápidamente buscó en los bodegones los amigos que el encierro de las aulas le negaba.
Junto al Loco Papa y Falucho escuchó payar a Pilcha Pilcha el mensaje perfumado en las noches estrelladas.
Boedo, poblado de inquilinatos y voces inmigrantes iba creciendo en las manos agrietadas del albañil europeo.
Al padre de Eugenio Boedo le debe una poesía que evoque en sus versos las blancas paredes que él construía.
En la manzana delimitada por las calles Inclán, Liniers, Salcedo y Maza, erguido en el sueño profundo de la noche, el mercado de la familia Ugo.
Los puesteros Luís, Carbajo, Antonio, Fiore por nombrar algunos, dieron trabajo a un muchacho alegre de mirada pícara llamado Eugenio.
Cuando el paso de las horas lo agobiaba corría hasta Cabot y Garay, al tambo de don José para mirar en silencio las vacas pastar.
Cuenta que el tambero era un hombre tan generoso que asilaba a Don Antonio cuando huyendo de una pelea familiar, mareado de alcohol y en tinieblas, encontraba consuelo en el regazo de la vaquita elegida.
En este Boedo Eugenio se fue haciendo hombre.
Con 10 centavos para el café llegaba a la Munich de Boedo entre San Juan y Humberto 1º para escuchar las orquestas de Edgardo Donato cuyo cantor Romeo Bavio
intentó en vano quitarse la vida por el amor no correspondido de la cantante Lita Morales.
Luis Peralta era el cantor de la orquesta de Alberto Manzione, un apellido que conserva el encanto del poema hecho canción.
Cerca de su casa en Cabot 1733 vivió Oscar Basil, el turco. Tocaba el bandoneón con una técnica especial la que desplegó por años en la orquesta de Francisco Canaro.
Las noches que las orquestas descansaban, actuaban actores cómicos como Alfredo Barbieri, Risita, Popó, todos bajo la firme mirada del tano Genaro y su partenaire Anita Almada.
El café Arco Iris de Boedo y Estados Unidos junto al Atenas de Boedo y Pavón vuelven el recuerdo imperturbable del tiempo lejano.
Algunas noches, abandonaba la esquina cortada en busca de nuevos amores.
Conoció en el café El Nacional de la calle Corrientes a Anselmo Aieta.
Fuertes aplausos brotaron de su asombro al ver la “Orquesta de Señoritas”.
En el Marsoto un café, en el Tibidado el grande de Troilo y en elTrocadero números de varieté.
Como ave migratoria, siempre preparaba el regreso al remanso de su barrio y con él las imágenes imborrables de los carnavales de antaño, los recolectores de basura a caballo entrando las chatas al corralón, la cancha de bochas de Garay y Danel, el club Luminton de Tarija y Liniers donde era habitual ver bailar hombre con hombre.
Cuenta Copello que se casó con el amor de su vida en 1956.Se llamaba Ángela Gangale y tuvieron un solo hijo Domingo Eugenio.
Siguieron años de felicidad. Inauguró su propia Peña de Tango .Siempre en Garay cerca de su casa y de su fuente de trabajo: la Inmobiliaria Copello.
Por la peña desfilaron cantores destacados como Morán, Lezica, Rufino, Ledesma, y los más jovencitos Diego Solís, Guillermo Galvé, Soler, Cristal y otros. Cena show a la que se accedía abonando una ínfima entrada.
La pérdida de su esposa y el cierre temporario de su inmobiliaria, rubro que transitó desde 1964, no le hicieron perder sus fuerzas en la lucha diaria para subir a lo alto de la calle empedrada como aquel caballo de andar cansino que vio de pequeño esforzando su empeño en la empinada barranca.
Eugenio Copello boedense, amigo leal, hombre bueno, próximo a cumplir 83 años, le sigue dando batalla a la vida.
Mirta Banchero